4 de octubre. Oposición de enfermería. 1600 plazas, 43000 opositores.
Ahora
voy a proceder a contaros mi experiencia… lo estabais esperando, ¿eh?:
▪Viernes
3 de octubre, 22 horas. Decido no cenar mucho, no vaya a ser que me indigeste y
no pegue ojo, (no me ha pasado en mi vida, tengo un estómago saco), pero por si
las moscas.
1 de la mañana. Me aseguro, dos veces, de
haber puesto mi despertador, «mira que si me duermo y no llego a la oposición»…
—Cari,
pon también el tuyo, anda —. Mujer precavida vale por dos.
▪Sábado
4 de octubre, 7 de la mañana. Me despierto sobresaltada, «¡Ahhhhh! ¿Me he
dormido?» No, menos mal… «Pues voy a seguir repasando». Sí, lo hice, lo he
hecho toda mi vida, repasar la mañana antes del examen. Que sí, que ya, que
todas la teorías se empeñan en promulgar que no se debe hacer, pero que a mí me
funciona. ¿A nadie más? Yo no tengo memoria, bueno algo he de tener, pero debe
ser como una aceituna de bote y he de aprovechar hasta el último minuto.
8 de
la mañana. No me entraba nada en el estómago, era la primera vez que iba a una
oposición medio preparada, (preparada entera era imposible, viendo lo visto). Lo
llevaba todo con esas archifamosas “pinzas”, y tenía la firme convicción de que
al sentarme en el pupitre, las pinzas se iban a romper y mi esfuerzo
estudiantil se iba a ver arrastrado a las profundidades de mi espacio
subaracnoideo.
Y como soy muy sincera, y no me importa admitirlo, decidí
apostar por la farmacología, que para eso me la había empollado, y tirar de
cierta pastillita rosa que beta bloquea a la adrenalina.
8.20
de la mañana. De copiloto, seguía repasando las escalas. Mi par al volante, al
pobre le hice madrugar porque yo sola no me atrevía a ir a Somosaguas. Menos
mal, porque en varios momentos me estresé de lo lindo (la pastillita rosa
todavía no estaba surtiendo efecto). Es que el atasco para entrar, para aparcar,
la búsqueda del pabellón y el gentío vagando de un sitio para otro, no ayudaron
mucho. Ver a esa muchedumbre, (ni que regalaran discos de Melendi), que va a lo
mismo que tú y sabes por las bases que has de ser de las 2400 mejores para
obtener plaza, te hunde en la miseria. Pero encontramos el pabellón con tiempo,
conseguimos una botella de agua y esperamos a que abriesen. Y abrieron.
Me busqué
en la lista de clase. Era la 28. Me encantó, me considero una fan declarada de
los números pares, a los impares los tengo manía.
¡¡¡Las
diez!!!
Comenzaron
a nombrar con voz clara y potente en otras aulas y justo a la portavoz de mi clase
no se le oía nada. «¿Y si no me entero, no entro a tiempo y no me dejan luego
pasar?» (la pastillita, como intuís, no estaba funcionando todavía) «¡Ayssss!»
Me pegué cual una raposa (frase de la Venganza de Don Mendo) a los de la primera
fila del corro que se había formado para intentar entender su nombre entre los
susurros de nuestra responsable de aula.
—Irene
Ferb… —Jiji, me llamaron de otra manera, pero para vosotros soy “la Ferb”.
Vuelco
al estómago, mira que sabía que me tocaba, pero… «¡mierda de pastillita rosa,
no me hecho nada!»
¡Ahí voy! Pá dentro… «¡Dientes, Irene, qué les
jode!». Me adentré sonriendo con mi DNI en mano. Feliz de no haberlo perdido;
otro de mis runrunes, «¿y si me he dejado el DNI?, ¿lo tengo, no? mira a ver».
Y lo revisé en esa mañana como cinco veces.
Los exámenes
eran titulares, vamos que venían con tu nombre. En los segundos que tardó en
encontrar la responsable el mío… ¿Qué pasó por mi mente?, ¿está claro, no?: «¿Y
si ahora no aparece?».

Mientras
esperaba a que pasaran los demás, me entró un hambre atroz y tuve que tirar de
unas galletas que tenía guardadas, con el consiguiente runrún «¿Se podrá comer?
Mira que si me pillan y me echan», «¿pero y si en medio del examen se me ponen
a sonar las tripas y me desconcentro?». Decidí arriesgarme y sigilosamente
introducir trocitos de galleta en mi paladar.
Cuando estuvieron aposentados todos, cerraron
el aula, y yo las galletas… pero antes le preguntaron a mi par qué quién era. Se
había sentado frente a la puerta de mi aula y cómo solo quedaba él, en el hall,
se pensaron que era un opositor más. Su cara palideció unos instantes, se vio
haciendo una oposición de enfermería. Cerraron. Abrieron la caja de exámenes y
los repartieron. Cuando nos avisaron, los despegamos y… Vale, lo admito, tuve
otro runrún al abrir el cuadernillo de preguntas: «¿Y si lo rompo al abrirlo y
no puedo leer las preguntas?».
¿Se me
reventaron las pinzas con las que tenía cogidos los apuntes?
¿Pude
leer las preguntas bien?
¿Funcionó
la pastillita rosa?
…Ya se
verá.
Pero a
mí no me extrañó el examen. Me explico: las preguntas sí, los fenómenos hermenéuticos,
la lista esa de Washington y demás imposibilidades, claro que me cabrearon,
pero yo ya sabía que iba a ser muy difícil. Tenían que hacer una criba, y la
han hecho. Había varias preguntas asequibles (antídoto de las benzodiacepinas,
Lalonde…) para, con suerte, llegar al corte de la bolsa y el resto extrañas y chungas
para filtrar a los 2400 mejores (en el examen, repito, en el examen).
El
post examen, para qué contarte. Yo, feliz de haber resuelto este asunto, me fui
a arrumacar a mi sobri-bebé, que la noche de antes me había deseado suerte de
una manera muy especial.
—Gusi, desea suerte a tu tía, que mañana
se examina —con voz de pava en huevos.
—Ppprrrrrrrrrrrr
—Instantáneo, más listo que el hambre, me deseó mucha mierda.
Esa
tarde actúe, y tuve todo el rato la sensación de que me iba a equivocar; lo
achaqué a que hacía unos meses que no actuaba, pero ahora entiendo que se debió
a todos los runrunes que habían abierto el camino a mi inseguridad por la mañana.
Durante ese fin de semana no busqué nada de nada. Las cosas como son, igual que
soy doña rayaduras, me relajo y me abstraigo a las mil maravillas.
Pero
si hacer el examen es malo, corregirlo es mucho peor. Eso sí que es horroroso. Sé
de buena tinta que todavía hay quién no se ha atrevido. Lo entiendo, cada vez
que marcas una mal te pega un latigazo en las costillas que no se lo deseo a
nadie... bueno sí, al consejero de sanidad. Yo, que no soy nada discreta, me
inmole en público con mis compañeras de planta dictándome las respuestas.
Pero
no os creías que se me acabaron los runrunes, ¡qué va! Los siguientes a la corrección
fueron: «¿firmé?» «¿me salí del cuadrado de firma?» «se habrá extraviado la
caja en la que viajaría mi examen?» «¿Habré marcado bien las “x” y el lector
las detectará?» «¿Impugnaran justo las que tengo bien?»…etc.
Viernes
10 de octubre: Ya se me ha pasado. A otra cosa, mariposa. Con las que está
cayendo en Sanidad, lo del examen es una nimiedad.
Y ahora
me pongo un poco más seria. Sobre impugnaciones o no del examen, respeto. Mucho
respeto. Cada cual que considere y actué tras lo considerado. Lo que sí, creo
que se ha abierto una veda, y a partir de ahora se intentarán impugnar todos
los concursos. Porque te juegas mucho, y porque sentir que se han reído de tus
dos años de preparación de la oposición, del dinero invertido en academias, de
los momentos que te has perdido por estar estudiando debe doler mucho. Mi apoyo
a todo el que se sienta así.
Parece que en nuestro pais está de moda hacer las cosas mal y cada vez mas mal...robar, mentir, engañar y reirse del pueblo empieza a ser algo habitual entre los que se creen "intocables".
ResponderEliminarComo sabes que no corregí todavía el examen................no hay huevos, es una vergüenza, el examen podía ser muy difícil preguntando cosas del temario y eso si que permitiría a los que han estudiado demostrar que lo han hecho y no la frustración que se siente ahora...............lo de impugnar el examen lo que tú dices, respeto.. .....enhorabuena por el blog
ResponderEliminarmucho animo!!
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