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AMNISTIA POR NAVIDAD (EN SANIDAD)

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  AMNISTIA POR NAVIDAD (EN SANIDAD)               Llegan estas particulares fechas, como todos los años, nunca cambia. Siete trienios y diferentes servicios me avalan para constatar que en estos días los supervisores sudan hematíes y su personal se queda sin defensas, al esperar con angustia las temidas planillas de navidad. Las M (mañanas), T (tardes), N (ejem...) se reparten como buenamente se puede y, tal y como si fuera el sorteo de la lotería nacional, todos los años cruzas los dedos para que no te toque el gordo de trabajar "noche mala" (nochevieja o nochebuena).             A mí, a priori, cuando me toca, al principio (en noviembre), no lo llevo tan mal. Estribillos como "es una noche más", "no pasa nada" "igual hasta te lo pasas mejor" se repiten entre tus compañeros y te crees inmune a la desolación. Sí, la tristeza que te aborda la tarde de esa noche en cuestión, cuando te ves con el petate despidiéndote de tu familia, maldicien

EL PASE

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              El mundo está loco y yo formo parte del mundo.             Con esto ya podría poner punto y final y quedarme conforme, vosotros no tanto, porque en estos días tan belicosos estamos a la búsqueda constante de frases redondas y novedosas para colgar en Instagram y mi cita de arriba es prosaica y ramplona, pero más cierta que el agua moja (otra obviedad, lo hago para que no me copiéis, no os penséis que soy tan básica, las metáforas ocurrentes las dejo para mis libros).             Pero es que el mundo está loco, en serio, y sin querer cruzar fronteras, que una es cobarde por naturaleza y teme las posibles represalias si el malo malísimo leyera esto (igual como es una rata y estará escondido en su mega-bunker estará harto a leer lo que se habla de él), yo me voy a referir a la locura dentro de mi hospital, en concreto de mi servicio, y dejemos al macabro Putin en paz (se me ha escapado, le va a saltar una alarma de google, verás... ).             ¿Por qué estamos toca

¿Me ha ofendido Fernando Simón?

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                 Con respecto a esta nueva polémica del director del centro de emergencias, Fernando Simón, esta vez sí que he decidido pronunciarme. Si no habéis visto de qué se trata, aquí lo tenéis. Son veinte segundos. ¿Cómo me voy a pronunciar? A la antigua usanza, una cartita.                                                  https://www.youtube.com/watch?v=WrjiA7uvQaQ Carta a Fernando Simón:                         Soy Irene, enfermera con seis trienios (18 años de profesión ), lo aclaro porque a la vista está que lo de las cifras no es lo suyo. He trabajado toda mi vida en el sector público, en especializada, en dos hospitales de la Comunidad de Madrid. Y ya, no necesita saber más de mí, bueno, voy a ser espléndida, le añado que en mis últimos cuatro años he trabajado en UCI.             Le escribo esa "pseudo" carta, para confesarle mi parecer sobre su nuevo derrape, pasada de frenada, o "cagada por todo lo alto". Y mi parecer es...             Que a

Susto, mucho susto.

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              Mañana vuelvo a trabajar. Ahora sí que se han acabado las vacaciones, y prometo que cada vez que lo recuerdo mi cabeza me sorprende y el hilo musical popero que suele ponerme, me lo cambia por un tema de esos de terror o de peli de suspense para atacarme, aún más si cabe.             A nadie, excepto a los de "google", les fascina la vuelta al trabajo, y yo, que soy una ovejita del rebaño confesa, siento todos los años fastidio absoluto al pensar en volver, volver, volver..., pena, depresión, astenia, malhumor, ganas de comprarme ropa, cortes del pelo, propósitos de salir a correr; este venía siendo mi pack sintomatológico pre-vuelta. Pero este año, este año los supera a todos con creces. Porque al pack se le ha unido la tensión y el miedo. Literalmente, "estoy cagá" por lo que me voy a encontrar mañana en la UCI.             Os confieso una cosa: hoy he estado leyendo a un negacionista que se ha ido a meter con una de las mejores enfermeras del D

NOS ESTÁS ROBANDO EL AMOR.

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                Hace una semana Judith iba a una fiesta de cumpleaños donde iba a conocer a su futura pareja. La celebración era en un bar y el camarero de ojos azules, Diego, se quedaría tan impactado con la sonrisa de esa preciosa chica que haría méritos para pedirle que le esperara al salir. En su primera cita oficial, la chispa entre ellos les dejaría la boca dolorida de sonreír; en la segunda de besarse.             Marta iba decidida, hace diez días, a conversar de una vez con el chico con el tantas veces coincidía en la parada del autobus y por mucho que las miradas hablasen por ellos, ninguno se había atrevido a entablar relación. Jaime estaba deseando salir del taller para llegar a la parada y cruzarse, de nuevo, con la chica de las pecas infinitas. Ella no fue, en su empresa le hicieron un ERTE y decidió volver a su pueblo, justo el sábado en el que se dictó el estado de alarma.             Carla llega a su casa cansada. Es cajera, estos días en la tienda

Déjate el pedestal en casa.

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         ¿Todavía hay gente que no se ha dado cuenta de que estamos en una situación tan especial, horrible, deprimente que más parece una película de Steven Spielberg que la realidad?          Pues debe de ser que no, porque todavía vienen especialistas a nuestra unidad, donde estamos compartiendo batas, reciclando mascarillas, usando siempre FFP2 aunque tengamos que aspirar y coger papeletas para pillar el coronavirus, donde hemos hecho boxes dobles con material de vete a saber dónde en dos horas, donde nos pasamos todo el turno (excepto un descanso), TODO, vestidos, ahogándonos con las mascarilla, aguantando el dolor que te provocan las gomas, todavía vienen y nos hablan como si fuésemos tontos. No está el horno para bollos, señores.                    ¿Nosotros tontos? ¡Ja!          El equipo de enfermería está continuamente dentro de las unidades. En todas las unidades que se han abierto en el hospital de UCI, en muchas con personal que no está entrenado y   a vece

NO SOY SOLDADO

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      Mañana vuelvo al hospital, por llamarlo así. Últimamente es más parecido a una trinchera que a un lugar donde se salvan vidas. Nunca pensé que presenciaría una, y ahora cada vez que piso la entrada de hospital siento que estoy en primera línea de guerra. Pero aquí hay algo que no encaja, yo no soy soldado, yo no tengo genes valientes deseosos de salvar a la humanidad de un meteorito maléfico, no, yo soy hipocondríaca y muy cobarde. Yo no soy soldado.      Me esperan, si nada cambia, cuatro mañanas y dos noches seguidas. Las mañanas son más llevables, las noches no quiero ni contarlas. Vamos envueltas en plástico, con suerte, con dobles guantes, gorros, calzas, dos mascarillas que pican como demonios y te hieren la piel dejándonos unas marcas que prometen ser eternas, con una pantalla que te aprieta tanto que duele la cabeza, pero a mí me da seguridad y prefiero la cefalea a trabajar con miedo. Es una película de ciencia ficción, pero insisto, nunca me he visto como la protagoni