17 Enero. La española cuando besa.



Ayer un familiar me besó. Sí, tal cual. En el medio del pasillo. ¿Qué no era guapo? Pues sí, pero me dio dos besos ¿Que tenía más de setenta años? Sí, pero dos besos, uno detrás de otro. ¿Y yo que he hice? Pues sentir cosquillitas en los mofletes, porque soy de todo menos besucona.
El caso es que el hombre me preguntó de esta forma:
—Irene, ya me voy, ¿puedo darte dos besos?
«Pues mira, no, ¿para qué?, si te acabo de conocer y te voy a ver mañana, porque tu hermano continúa ingresado», pero como no he nacido yo para ser borde, pues me vi respondiéndole:
—Claro, hombre…
Estaréis pensando: bueno, no es para tanto, sólo son dos besos, el hombre estaría agradecido… Ya, sí sí, pero como tuviéramos que andar tan cariñosos con todos los familiares y amigos de nuestros pacientes, tendrían que aumentar la plantilla. No os podéis imaginar la cantidad de visitas que hay; a veces es peor que Callao en navidades. Pasean en manadas, a voces, y cuando llegan al control, más, porque he comprobado en estos años, que a la gente le encanta que le escuchen hablar. Cuando van con sus móviles y alcanzan el control de enfermería, se paran y mantienen toda la conversación delante de ti. Os lo prometo. No sé por qué lo hacen, yo me decanto por estas dos opciones (ya me diréis):
a) Hacerse los interesantes.
b) Ni nos ven, somos invisibles, formamos parte del mobiliario.
El caso es que el control de enfermería (un viejo mostrador con dos ordenadores), está situado al inicio del pasillo y es nuestro lugar de trabajo. Allí tenemos que rellenar un sinfín de engorrosos informes e introducir y buscar datos. Pues el personal se debe pensar que nos estamos pasando pantallas del Candy crush, y se lían a contar sus vidas delante de ti… ¡Ahora vas tú y te concentras! Cuándo no se te instala el ya típico arbusto (dícese de aquel que se apoya y te mira sin reparos y cuando le preguntas qué si quiere algo, va y te responde «no, nada», y sigue allí, plantado, mirándote). Lo dicho, concéntrate…
Hoy ha regresado el familiar, y cuando se marchaba, le he visto buscándome. He estado rápida y me he puesto una mascarilla para entrar a una habitación con aislamiento y el susodicho me ha dicho cuando me ha alcanzado:
—¡Ah! ¡Vaya! Hoy no te puedo dar dos besos, te has puesto eso… —(os lo juro).
—Nada, hombre, no pasa nada… —le he sonreído y me he metido en la habitación.
Pero como el diablo sabe más por viejo, que por diablo, cuando he salido me he vuelto a cruzar con él:
—Es que me he dejado el paraguas —se ha excusado.
¿Me ha dado los dos besos? ¿Os pica la curiosidad, eh? ¿Qué pensáis que he hecho, resignarme o defenderme?
Pues ninguna de las dos. He huido al otro pasillo y me he escondido en el baño un buen rato. Si es que os lo he dicho, no soy ni besucona, ni borde. ¿Lo que sí soy? Un claro ejemplo de que la española cuando besa es que besa de verdad…
Y yo, desde hace tiempo, ya tengo a quién besar.

Irene Ferb


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