¿A dónde vas con esos leggins?
Ya decía yo que la cosa estaba muy tranquila. Aunque
no os lo creáis, llevo desde el lunes trabajando y no tenía nada que contar. Estaba
empezando a tener sudores fríos nocturnos —cosa más que extraña valorando el
gramaje de mi edredón nórdico—, me veía clausurando el blog, despidiéndome de vosotros,
de mis “ami-lectores” que tan feliz me hacéis con vuestros cientos y cientos de
comentarios —es ironía, no ponéis nada ¡cacho vagos!
Jueves
19.30
Nuestra
compañera de Jerez se nos acerca con cara de circunstancias al mostrador donde
mi compi con habichuela y yo tecleábamos en el ordenador.
—Chicas,
¿habéis visto a una mujer que va por las habitaciones?
—¿Ehhhh?
—contestamos las dos extrañadas.
—Esperad
—la diplomada jerezana regresa a su control a discurrir con un familiar.
—Se
habrá desorientado alguna abuelilla —comentamos las dos y reanudamos el tecleo.
Al
minuto regresa, otra vez con la misma cara, y atusándose el pelo nerviosa, «que
me hago la coleta, que me la quito, que me la vuelvo a hacer». Trae un gesto detectivesco.
Mis dedos cesan de teclear para prestarle toda mi atención. Algo le ronda, son
muchas horas juntas.
—Chicas,
dicen los familiares de mi pasillo que hay por ahí una mujer que va hurgando en
los armarios de los abuelitos.
—¿Ehhhh?
—nos reiteramos la DUE cigüeña y yo.
El
familiar con el que se había marchado a discurrir un minuto antes, nos indica:
—Sí,
ahora está en vuestro pasillo. Lleva unos leggins
negros.
Se ve
que esa era la palabra clave, porque instantáneamente nos levantamos para ir en
búsqueda de la dueña de los leggins.
Las tres:
DUE
con habichuela: 55 kilos y lo mismo me he pasado.
Yo: un
pelín más.
¡Nada!
No vimos a nadie con ese atuendo hurgando en armarios. Hasta la gaditana y yo,
entramos en un despacho médico, oscuro y vacío, con más miedo que vergüenza y
nos atrevimos —ella, yo no— a abrir la puerta del baño. Pero ¡Nada! No había
nadie.
Cuando
ya regresábamos de nuestra improductiva batida por el pasillo, con la típica
risilla incrédula, el familiar chivato, viendo nuestra ineptitud detectivesca, echó
un vistazo rápido y exclamó ni corto ni perezoso, a un metro de la habitación:
—¡Está
ahí, es esa! —y se dio la vuelta esfumándose.
Las
tres nos miramos y dejándonos llevar por el impulso —creo compis, que deberíamos
haber elaborado una estrategia: tipo poli bueno, poli malo—, asomamos nuestras
cabecitas a la habitación y allí vimos a la presunta hurgadora, sentada en una
butaca entre las dos abuelas agradeciditas de compañía.
—¿A
quién está usted acompañando? —con acento gaditano y serio, muy serio.
Cuidadito como un andaluz cabreado, da más miedo que la careta de Saw.
La presunta:
mujer de cincuenta años con alopecia incipiente, sobrepeso, arriesgados leggins negros y un buen bolso apoyado
en sus rodillas, nos contestó:
—No,
ya no, vengo a ver a… —con una carita de cordero degollado y confuso, qué chica, me enterneció.
—¿Pero
a quién está usted acompañando? —le reiteró.
—Bla,
bla, bla…, bla, bla, bla… —embarullaba. El mensaje era sumamente difuso.
—¿Pero
a quién visita? ¿Le pagan? —preguntó con tono desafiante la de Jerez (pero muy
poco desafiante, yo que la conozco).
—No,
no —declaró.
—¿Y si
no la pagan a qué viene? —se envalentonó nuestra “poli mala”.
Yo la
miré como diciéndola «nena, te has pasado». He de reconocer que la cara de
corderito de la presunta me había conquistado. La sospechosa no respondió.
Las
tres salimos de la habitación a analizar el caso… Un minuto después regresamos
a nuestros respectivos teclados. No teníamos pruebas.
No
habíamos desbloqueado el ordenador cuando la presunta pasó por el mostrador sin
despedirse. La habichuela y yo nos levantamos un poco para echarle un vistazo a
su espalda y escuché exclamar a mi compañera:

—¿Qué hacemos?
¿Llamamos a seguridad? ¡Si es que no la hemos visto hacer nada! —dudaba yo.
—¿Pero
y que se va a llevar? Si los abuelos no tienen ni para agua, si hubiera entrado
en la 66. —Hay dos jóvenes—. No, claro —recapacitó en alto mi compi—, de ahí
sale sin bragas —los no tan jóvenes, tienen un pasado fraudulento.
Después
se lo comentamos a seguridad y concluimos que es muy probable que sea cierto
que roba a los abuelos. Se mete en las habitaciones para hacerlos compañía y cuando
se despistan —si no lo estaban de base—, rebusca en sus armarios. Al personal sanitario
nos parece una cuidadora y no reparamos en ella. Así que os prevengo. Ya os he
hecho la descripción previamente. Si queréis más datos, pedírmelo en los
comentarios.
Después
de este suceso y de otros anteriores que os he contado, espero que apoyéis mi propuesta
de que necesitamos a un buen policía en la planta. Alguien que venga a
investigar y a ayudarnos… ¿Javier Morey?
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