LA SEMANA DE LA MARMOTA

     Ya en el vientre de mi madre hube de tenerlo todo manga por hombro, como si lo recordara… el cordón por un lado, la placenta desordenada, yo (en bebé) en las posturas más extrañas... Así lo continúe en mi infancia y adolescencia. Los cuadernos, libros y ropa se hacían un hueco en mi pequeña habitación, siempre con el miedo (tras la amenaza constante) de ser enviados a la basura por mi ordenada y amenazadora madre.

         Cuando me independicé, me convertí en la mujer más ordenada del mundo… Ja!! Sin nadie a quién dar explicaciones (mi esposo es la paciencia y la serenidad en estado puro), pues imagínate. A ver, tampoco os paséis, que os ponéis a imaginar y tenéis un peligro… No tengo cajas de pizza tiradas por el suelo, ni colillas (en plan casa yanki de estudiantes universitarios), pero que mi ropa podría estar más colocadita, pues sí.
         ¿Y a que viene esto? Pues viene a que la enfermería no me ha ayudado en nada con este problemilla. Los cambios de turno y el librar vete a saber qué día, me han hecho, si cabe, más desastre.
         Yo sé qué días trabajo de semana en semana. Para mí los lunes pueden ser buenos, porque igual los libro, y los fines de semana una pesadilla porque los trabajo. Pero no solo es eso; hay semanas que curro por las mañanas, por las tardes y por la noche. En ese jaleo de jornadas no hay rutina posible.
         Esta semana el orden natural ha entrado en mi vida y he trabajado de lunes a viernes, en el turno de tarde. Cinco tardes como cinco soles. Ayer a las 21h, creía que mis piernas eran de cemento armado y los suspiros de cansancio competían en número con los pestañeos. No podía más. Exhausta. (Recobre energía cuando llegué a casa y me comí todo lo que había y casi tengo que bajar al chino a arramplar con los helados).
         Se me ha hecho pesado, pesado, pero es que mis pacientes eran de lo más monótonos. Pareciera que el que mueve los hilos me los hubiera puesto adrede. Todas las tardes se repetía lo mismo… Aquí os cuento las cinco tardes de la marmota:

         Paciente de habitación 1: Señora con una úlcera en pierna que está pasando las de Caín, Ana Frank y Nelson Mandela (por decir), y que hay que hacerla curas cada doce horas para molestarla un poco. ¡Ah! Esto lo tengo que contar: ahora a los dermatólogos, que deben de ser de una corriente vintage, les ha dado por pautar curas con lejía. Sí, lejía, lejía. No habrá productos mejores en el mercado, ¡qué va! Pues allá voy todas las tardes a sumergir la pierna de la pobre mujer en un cubo de fregona (de lo más vintage) con lejía, para que ella vea las estrellas y a mis familiares (se acuerda siempre de ellos, fijo). ¡A lo que voy! , que me enrollo: la señora tiene una hija que me pone frenética (he de desahogarme) ¿Por qué? Porque siempre que me ve me dice «nena, cariño» y suelta una perlita detrás.
         —Nena, cariño, ¿sabrás que tienes que curar la pierna de mi madre?
         (Llevo cinco tardes curándola, se debe pensar que soy mema)
         —Nena cariño, ¿quién es la enfermerita que va a curar a mi madre hoy?
         (¡Enfermerita! Casi me ahogo cuando la oí). He de añadir que la susodicha trabaja en el hospital en el servicio de limpieza, pero no la conocía.

         Pacientes de la habitación 2:
         Un señor al que todas las tardes cuando he ido con las pastillas para la cena, me ha preparado un cisco de película de Alex de la Iglesia. Que sí cuáles me tomo, que por qué me das dos iguales, que si me tomo también las que traigo de mi casa… Y después, todas las tardes, lo prometo, venía con el vasito a preguntarme que si esas pastillas eran para tomárselas con la cena… ¡Arjjj! El caso, es que el típico que va en plan listo y parece que el tonto eres tú.
         Paciente de al lado y su señora:
         Una señora que no daba puntá sin hilo. Que me ha hecho plantearme a diario mi umbral de la susceptibilidad. A veces pensaba que sus malas formas eran fruto de mi imaginación y al segundo, que era la señora que aunque con cara de ancianita, iba cargada de frescas para soltar.

         Paciente de la habitación 3:
         Aceptables… excepto porque a partir del martes a uno le dio por llamarme «cara bonita» a todas horas. Y no es que sea un apodo ofensivo, no, pero yo no estoy allí por mi cara bonita (que además no la tengo, aunque vistas con cataratas, pues quizás sí). Lo arregló cuando me dijo que parecía que tenía ventipocos años (cataratas, ya os lo he dicho).
       
        Pacientes de la habitación 4:
         Dos abuelitas. Majas. Incluso una de ellas celebró su 93 cumpleaños con nosotras. Pero todas las tardes me tocó pincharle en el culete unas vitaminas, y sin excepción, esta era la rutina:
         —Gírate que te voy a pinchar.
         —¿Dónde? —sorprendida.
         —En el culete.
         —¿El qué? —ojiplática.
         —Las vitaminas.
         Y cuando la pinchaba, siempre, siempre  decía.
         —¡Ah, esta duele! —sorprendidísima.
         La abuela ya os digo que era un sol, pero a lo que voy, es que se repetía como la morcilla.
         
         Pacientes de la habitación 5:
         Uno siempre cansado y el otro tosiendo. Excepto por las mañanas cuando pasaba consulta el médico, que se ve que se curaban ipso facto o que se esperaban a contármelo a mí por las tardes…
         
         Paciente joya de la corona:
         Uno que no era mío (que no estaba a mi cargo, vamos), pero que desde las ocho de la tarde se colgaba del timbre como si le dieran billetes de cincuenta por cada vez que llamase. Y como a la tercera no funcionaba, pues tiraba de garganta:
         —¡Enfermera! —Tono tenor. Es probable que lo hayáis oído en vuestras casas.
         Podría relataros más, tengo cuerda para rato, pero no quiero ser monótona…
         Hoy sábado, a unas horas de presentar por primera vez Crimen se escribe con A solo se me ocurre decir:
         
 ¡Viva el caos! ¡Abajo la rutina!
        


         

Comentarios

  1. Tardes de planta geniales, ya veo. Bueno, piensa que ya se acabaron las tardes hasta la próxima, ahora a descansar.

    Que vaya bien la presentación :) ¡Besos!

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  2. Los dermatologos y sus curas. Asi que lejia.... podemos probar , ya contare los resultados si queda algo de la pierna de Pilar ( mi paciente/usuaria/ cliente), para valorar.
    En cuanto a lo de niña, mona, bonita chica, nena, oye tu.. L ultimo le dije : pienso que con los cincuenta años que tengo me he ganado el que me llamen o por mi nombre: Maria jose ( sin señora señorita.. lo que me faltaba) o por mi tifulo:
    enfermera.. y es que a veces soy sarcastica y tengo una lengua viperina.

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  3. Estimada Irene,

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