Bates hospital

¿Si yo os preguntara por un lugar aterrador, un espacio al que preferiríais no entrar en la vida aunque tuvierais que dormir en el santo suelo, qué me responderíais?
         A mí de primeras me viene el Bates Motel, el hotel de Psicosis. Conmigo, desde luego, no hacían la película. Ya podía estar cayendo el diluvio universal, y ser el único hotel a cien kilómetros la redonda, que veo esa colina y esa pinta espeluznante y me quedo pasando frío en mi coche.

         Supongo que cada uno habréis visualizado un lugar, la pregunta era muy general, ¿pero y si la reducimos al ámbito hospitalario? Algo como esto:
         ¿En qué habitación de un hospital no entraríais? ¿Cuáles son los lugares más terroríficos, aquellos que la gente teme y cruza los dedos porque no le toque vivir una experiencia así?
         ¿La UVI?, ¿pasillo de la Urgencia?... ¿Quirófano de traumatología?
         ¡Venga, seamos sinceros! Esos son perlitas del Caribe comparadas con una habitación en la que haya ingresado un patriarca de aquella etnia tan familiar y extendida. Sí, amigos, sí… Ese es el lugar menos deseado de un hospital, y cómo no, en mi planta  tenemos una.
         ¡Cuidado! No es racismo, de hecho, llevo un tiempo constatando que hay muchas familias gitanas muy respetuosas, educadas, limpias y que se preocupan por sus familiares como nadie… pero no me refiero a esas. Yo hablo de aquellas que se apoderan de la habitación. Se apoderan en todos los sentidos y sobre todo del de la vista —hay más gitanos que en una sala flamenca—; del oído —en ocasiones cantan—, y del olfato —huele a ausencia de higiene generalizada, (mal, muy mal) .
         Pues sí, en mi planta tenemos una, y ésta es de las más espeluznantes que recuerdo. El patriarca —que es para verle— es el enfermo, y su mujer —es para no verla—, se pasa todo el día con él. Aparentemente, porque realmente se la pasa en el control de enfermería preguntándonos lo que nos acaba de cuestionar hace dos minutos. Yo, gracias a ella, ya le pongo cara a la famosa “mosca cojonera”. No sé si es que no se entera o es que se hace la tonta —me decanto por esta opción, pero hay que otorgarle un margen a la duda de que se haya dado un golpe en la cabeza y sea idiota perdida—. Sus hijos, —los cien—, son igual que la madre y las mujeres —orondas y vestidas de negro en su totalidad—, ídem de ídem.
         Y ahora os cuento lo que nos sucedió el viernes:
         Famoso entrenador de fútbol —y no era Quique Sánchez Flores— sube a ingresar a su suegro. No es lo habitual, a nosotros nos vienen pacientes de la urgencia, no de sus casas. Pero nos explicaron que admisión les había derivado como segunda opción a mi planta, y como nosotras ni pinchamos ni cortamos en temas administrativos, nos dispusimos a hacerle la entrevista. Cuando terminamos les acompañe a su habitación y justo cuando estaba llegando me percaté… ¡Iban a la habitación terrorífica! ¡NOOO!
         La cara del suegro fue parecidísima a la de Janet Leigh al abrirse la cortina de la ducha y la del entrenador de fútbol no la vi porque me adentré para hacerle hueco al hombre entre la marabunta de gitanos sentados hasta con sillas plegables por todo el espacio.
         Resultado: llamada a admisión rápida para cambio de habitación. Gracias a Dios, objetivo conseguido. Salida simulando error. Bloqueo de habitación dantesca.
         Bloqueo de habitación significa que los gitanos se han hecho con la suite para ellos solos y al entrenador de fútbol y su suegro —que cotizarán más que todos los otros juntos—, les toca compartir una habitación enana con un paciente agonizante —como al resto de seres humanos civilizados—. La vida es así… no ganan los que más trabajan sino los que más gritan.
         Pero esto no es un caso aislado. Las habitaciones se bloquean para este tipo de casos, lo que a mí, particularmente me repatea las tripas. La mala educación y ausencia de civismo, conjugado con amenazas y el secundario miedo del personal, priman ante la igualdad y el derecho.
         ¿Que qué se puede hacer? Ni idea, llevo mucho tiempo y todavía no he encontrado la respuesta. Desde luego cruzo los dedos, porque si algún día me toca a mí o a algún familiar mío compartir una habitación así, las enfermeras hagan lo mismo y no duden en llamar a admisión.
         Lo que sí sé, es que esta noche, esta menda, tiene que trabajar y estoy atemorizada porque voy a tener que adentrarme en mi Bates motel particular… ¡Y que no nos paguen peligrosidad! ¡Manda narices!




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