Una semana sin Paqui.
Una semana sin Paqui, una
semana, pero los que la conocíamos, llevábamos más tiempo sin ella. Dos años.
Dos años en los que esa mujer de cabello oscuro, tan bella, bellísima por fuera
y llena de furia, energía y vida por dentro, nos dejó. Su corazón cesó de
latir, sorprendentemente, el quince de febrero, pero su espíritu ya no habitaba
en ella. Una enfermedad lo desalojó a golpe de olvidos. Una de las más
perversas enfermedades que existen: El Alzheimer. Aquella patología
neurodegenerativa incurable hasta el momento.
Todo
empezó en 2009, tras la muerte temprana e inesperada de su marido. Paqui comenzó
“a perder la cabeza”, a tener olvidos tontos,
a no saber cuánto le tenían que devolver en el Carrefour al pagar, a olvidarse
de leer, a no ver bien, a confundir el nombre de sus hijos, a olvidar el de sus
nietos. Las alarmas saltaron, comenzaron las pruebas y no tardó en llegar el
diagnóstico: Paqui, tenía Alzheimer.
¿Tan
joven? Apenas 67 años. Sí, tan joven. Y la enfermedad la anuló en cuestión de
dos años. A menudo trabajo con pacientes con Alzheimer, pero siempre son más
mayores y la degeneración a la que se ven sometidos no llama tanto la atención.
El caso de ella es el más chocante que he visto, lástima que fuera mi tía. Tía,
hija, esposa, madre, abuela, hermana, cuñada, amiga, linarense, etc. Mi tía era muchas cosas, porque era una gran
mujer, de esas que no pasan desapercibidas (y no me refiero en exclusiva a su potente
tono de voz), era una de esas que pisaban fuerte, con arrojo, sin que nada se
la pusiera por delante. Pero con esto no pudo. Nadie le gana. Ni los
medicamentos inhibidores de la colinesterasa, ni el antagonista del N-metil D-aspartato, ni los
estímulos, ni los ejercicios, ni la residencias “especializadas” tremendamente
caras, ni nada de nada. El Alzheimer derrota sin mucho esfuerzo a todos esos
pseudo tratamientos.
Paqui ya ni
hablaba. Apenas se movía. Se caía de la silla donde la sentaban todos los días.
¿Era eso vida? Yo creo que no. Paqui murió tranquila, después de desayunar,
sentadita en su butaca, escuchando a Luz Casal, su compañera de cáncer, porque
Paqui en estos años, luchó, sin enterarse, contra él y le venció. ¡Y qué
demonios! También le ha ganado al Alzheimer, ya que apuesto que su vivaz
corazón le desafió diciéndole:
—Tú no me
humillas más. — Y dejó de latir.
Al final Paqui
sí venció la batalla. ¡Olé por ti, Paquita!
Los que la
queremos, la hemos perdido, pero como dice la canción:
Uno no está donde el cuerpo, sino donde más
le extrañan. Y aquí, se te extraña tanto…
Paqui
brindará con su cerveza, junto a Fernando. Él ya disfruta de su “Frasquita”, ya
la tiene junto a él. Estoy convencida de que esos nueve pedacitos de ellos que
hay en la Tierra, poseen a partir de esa mañana del quince de febrero un
terremoto de ángel de la guarda velando por ellos.
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