Soy una valiente.

Vivo sin miedo. El jueves por la tarde me di cuenta… soy una valiente. Salgo a la calle, tranquila, sin preocupaciones que me impidan hacer mi voluntad, incluso a veces no echo la llave porque voy a regresar pronto… Soy una valiente.
         Pero después de qué os cuente lo que os voy a contar, vosotros vais a pensar lo mismito… esta es una entrada subeánimo.
         El jueves por la tarde, mientras preparaba la medicación alguien me avisó de que un paciente aguardaba en el mostrador para hablar con la enfermera. Les tenemos dicho, que nosotras no estamos en el mostrador, que nos llamen al timbre, pero hay mensajes que deben de ser difíciles de impregnar en el colectivo paciente. Salí. Le vi. Cincuenta años, varón, consciente y orientado, independiente, pelín suciete, pero por encima del percentil higiénico del área. Le pregunté qué es lo que quería. Me respondió con una pregunta. Flipé. Me volvió a cuestionar lo mismo con tono preocupado. Le contesté como buenamente pude. Se fue sin estar muy convencido y yo salí vanagloriándome de mi independencia, resolución y coraje para afrontar los menesteres de la vida… Soy una valiente.
         Jijiji… Os tengo intrigados, mira qué me gusta… ¡Venga, va! Pues el buen señor, me preguntó algo muy, muy estúpido, pero que a la vez va inherente en el ser humano. Algo que nos puede suceder a todos, hasta a David Beckham y a su santa esposa, una posibilidad con la que la humanidad ha sabido convivir y lo sobrellevamos sin imposibilitarnos la autonomía: el viajar, salir, enamorarnos, bañarnos en la playa, sentarnos en una terracita… quizás es porque no lo pensamos, si recabáramos en ello quizá no saldríamos y el miedo nos aislaría en casa. Como aquella vez que no nos hacíamos con un paciente, entre seis o siete sanitarios, porque se había percatado de que la Tierra giraba y él con ella, —la imagen la podéis asemejar a cuando un futbolista quiere celebrar su gol dando volteretas y sus compañeros llegan y le aplastan—.

         Quizás la estúpida soy yo, que voy como las locas y mi paciente sí que valora los pros y los contras antes de pasear por el pasillo del hospital… Tal cual:
         —Dime, ¿qué quieres?
         —¿Eres la enfermera?
         —Sí, dime.
         —Oye, si me da un apretón por el pasillo, ¿qué hago?
         —¿Ehhh? ¿Ir al baño?
         —Ya, pero igual no me da tiempo… Si estoy en el hall… igual no me da tiempo y me lo hago encima.
         —Pues no te vayas muy lejos, vamos digo yo.
         Os aclaro que el paciente ingresó por un diagnóstico totalmente diferente a gastroenteritis o alguna de sus vertientes.
         —Ya, ¿pero y si me da un apretón en el hall?
         Intenté y creo que conseguí gesticular la fundamental «cara de nada» y respondí:
         —Ve al baño… Creo que más no te puedo resolver.
         Me volteé y le dejé allí, solo, con sus trascendencias.


         ¿Qué me decís? ¿Es una duda lógica o no? En parte sí… ¿Quién no lo ha pensado alguna vez?: «¿Cómo me dé en el metro? ¿O en un examen? ¿O en la fiesta ibicenca en la playa?»... Pero la diferencia entre él y nosotros —los valientes— se estima en que nosotros, seres osados y atrevidos, sin preguntárselo al examinador, o al de la ventanilla del metro hemos continuado con nuestros quehaceres. Y nos podría suceder, pero preferimos arriesgar y caminar por la vida; lo que me hace cuestionarme qué habrá hecho este sujeto con la suya. Permitidme intuir que más bien poco.
         No obstante, es de agradecer el pudor que tuvo, porque un poco más tarde, escuché a mi compañera jerezana, con su acento jerezano por todo lo alto, echando perros por la boca. Me acerqué, cual avispilla escritora de un blog, para preguntar qué le sucedía y he aquí donde agradecí el pudor de mi paciente. Uno del otro pasillo llamó al timbre para solicitar que le cambiaran el pañal. Hasta aquí, bien, pero es que…se olvidó de decir pañal, cambio, caca, sucio, por favor; lo típico en estos casos. Cuando la jerezana descolgó, escuchó:
         —¡¡Limpieza!!
         ¡Con dos…! No dijo más. ¡Limpieza! Como si fuera la palabra clave y se activara el autolavado desde el interfono. Las auxiliares que ya lo conocían, por lo visto lo ha hecho más veces, lo entendieron, pero la cara de la jerezana tuvo que ser similar a la que puse yo al principio de la tarde.
         En fin, el tema ha estado hoy un poco escatológico, lo siento; pero me veía en la obligación de informaros… ¿No queríais saber lo que ocurre en los hospitales de verdad? ¿No queríais caldo? Pues aquí tenéis… ¡dos tazas!
         ¡Hasta la próxima!
 (Os recomiendo este blog, http://www.enfermeraenapuros.com/2014/04/ley-enfermera-2.html)



         

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