18 de febrero.El misterio de la pastilla machacada

Hay varios temas estrella que provocan preocupación maníaca en los familiares de nuestros pacientes:
         • Receta de la pastilla para dormir.
         • Tratamiento que toman habitualmente y que no les ha pautado el doctor.
         • Estreñimiento.
         • Funcionamiento de la tele.
         • Presencia de kiwis en la dieta, etc.
          Los dos primeros, en concreto, son de fácil resolución: tan sencillo como preguntárselo a su médico. Pero no, ellos prefieren esperarse a las seis de la tarde, asegurándose que su doctor ya se ha ido, y acercarse al mostrador de enfermería para cuestionarte temas médicos. Y si no los resuelves —imposible, como comprenderéis—, exigirte que llames al médico de guardia con tono de voz exponencialmente creciente. “A la enfermera es mucho más fácil gritarla” —creo que es su modus operandi—. A lo que iba, que me pierdo; en esta semana se ha repetido, con diferentes resultados, un recelo en nuestras visitas. Algo que nos hemos visto a compartirlo, intrigados por la novedad, en nuestro estar de enfermería, en aquel ratito diminuto del café.
         «¿Qué les pasa a las familias con lo de machacar las pastillas?»


         Yo he sido una de las afectadas —cómo no—, pero mi caso ha sido mucho menos extremo que el de mi compañero. El mío se resume a dos hermanas “tocapelo…” que tienen a su padre ingresado y que me han preguntado cada vez que les entregaba en el vasito las pastillas de la merienda y cena —acto que he llevado a cabo diez veces en la semana—, por si estaban machacadas. No, no es que yo sea desmesuradamente susceptible, es que  me lo preguntaban con un tono tan despectivo, que el desprecio y desconfianza se mezclaban con el escaso oxigeno de la habitación. ¡Venga! Os pongo ejemplos de sus frasecitas. Imaginároslas siempre sentadas, sin mover el glúteo de su sillón y yo apareciendo con mi bandeja de vasitos donde estaban depositadas las pastillas:
         «Nena, ¿habrás machacado las pastillas?». Silencio por mi parte. ¡Qué se levante y las mire!, pensaba cada vez que se reiteraba el deja vu.
         «Nena, las traerás bien machacaditas». En esta ocasión me reí, ni que estuviéramos en el mercado.
         —Nena, ¿has machacado las pastillas? —Con brazos en jarra, contoneo de cintura, rostro altivo y en mitad del pasillo. Era jueves y ya me harté. Me salió del alma:
         —Le pido por favor que deje de llamarme nena.
         —¡Ah! ¿Y cómo quieres que te llame? —perpleja.
         Me miré el pijama y sonriente (cínica, pero sonriente), respondí:
         —Pruebe con enfermera.
         Hoy regreso, he librado y sé a ciencia cierta, que voy a escuchar la misma preguntita. «Paciencia, Irene, paciencia».
         Pero como os comentaba al principio, mi caso es infinitamente menos heavy que el de mi compañero. Un nuevo enfermero que ha caído en mi planta y como mandan los cánones, ha tenido su primer altercado —la media es de una o dos semanas, a los sumo. Yo tardé dos días—. El caso es que es un hombre tranquilo, de esos que transmiten paz y buen rollo, tipo monje budista. Pero no hay familiar que se resista a montar un buen pollo a la enfermería.
         Situación: familia catalogada de conflictiva. Se negaban a llevarse a su pariente, pese a que los médicos le habían dado el alta el viernes. Sábado tarde. Mi compañero, igual que el día anterior, le entrega el vasito con las pastillas al enfermo. El familiar al advertir que no están machacadas le dice:
         —Tú, inútil, tienes que machacar las pastillas. Ayer tampoco las trajiste.
         Mi compañero, agarra el vasito y le contesta de las mejores formas posibles:
         —Cuando pueda te las traigo.
         —No. Me las traes ahora —le amenaza.
         —Te he dicho que cuando pueda te las traigo. —Sale de la habitación y va hacia el cuarto de la mediación (un estrecho habitáculo donde tenemos toda la farmacia). El familiar le sigue impidiéndole la salida del cuarto. Comienza una discusión sobre el momento de la trituración y acaba en que el familiar agarra de las solapas a mi compañero y le zarandea.
         ¡¡Por machacar unas pastillas!! ¡¡Algo de vida o muerte!! ¡¡Venga, hombre!!
         «Compañero, no te desesperes, aprenderás a que en esta planta, es mejor oír, ver, y callar».
         Desconfianza, desprecio y amenazas suele ser nuestro día a día, de verdad. Una de mis teorías es que echan en la televisión tantos programas en los que hablan de errores médicos, que la gente los hace propios y cuando les toca a ellos ingresar, liberan todo lo que han somatizado contra el personal sanitario, (ajeno a aquellos desaciertos televisivos). Habrá lugares en los que no, en los que reine la paz y el buen hacer, confío en ello, sino se extinguiría nuestra profesión. Esto no hay quien lo aguante. ¡Se han cargado mi vocación! ¿No os doy pena? —Estoy abierta a cualquier oferta de trabajo—.
         Este ha sido el misterio de la semana pasada, el de ésta ya os contaré. Gracias por leerme. ¡7000 visitas! ¡Sois la leche!

                 

        
        
        

        
        
          

Comentarios

  1. llamar a seguridad, y se acabo el problema.

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  2. Pero a quien se le ocurre hacer cuatro años de carrera para estar de maricon/na de todos: auxiliares, celadores,médicos,fisioterapeutas,odontologos,farmaceuticos etc. Sólo se le puede ocurrir a la persona que es idiota hasta las doce y despues todo el dia. ..¡¡¡Aclarado todo!!!!
    Saludos

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  3. Normalmente después se disculpan, pero parece que somos los profesionales con los que se entrenan para exigir, supongo que para cuando les regalen esclavos. No hay manera de hacer como que no te enteras, esto también los anima, si contestas sea cual sea la contestación también, en fin creo que no son familiares son actores entrenados.

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  4. Muchas veces cuando vuelvo de librar voy corriendo a la pizarra para ver si el paciente con familia "tocap....." seguía allí, bajón total si ves el nombre y ya toda la tarde a la defensiva. Esto no esta pagado para nada, y luego ver como al medico le lamen....ya sabeis......me pongo.....MALA.

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