Rosa chillón
Tarde
del viernes: presentación del libro. Fue genial, pero de tantas emociones dormí
fatal.
Sábado por la mañana: comunión de
Elenita, con mucha pena me escapo de la comunión para ir a un encuentro de
blogueros que organizaba Satse. Llego tarde, vestida de comunión —más chic que
elegante— y me encuentro con un grupo de enfermeros ilustrados, motivados, tuiteros,
que saben más de redes que Mark Zuckerberg —el de Facebook— y de enfermería
más que Florence Nihgtingale —la mamá de las enfermeras—. Hablo poco; yo soy de
pronunciarme pero cuando me siento pequeñita mis labios se acoquinan. Aquellos
eran líderes de enfermería, profesionales como la copa de un pino a los que les
encanta su trabajo y yo soy una escrito-actriz-enfermera que tiene un blog que
se llama Soy enfermera y me enfermo cada
vez que lo pienso. Supuse: «calladita estás más guapa, Irene»… pero bueno,
al final dije alguna cosita pseudo-interesante y me alegro inmensamente de
haberlos conocido.
Después,
cena, viendo Eurovisión. Siempre lo he visto. Impacto total por los cero puntos
de Portugal y no te digo nada, por la ganadora, Conchita, la mujer o qué se yo,
—ni viene al caso— que llora sin lágrimas. Total, que vuelvo a dormir mal y
madrugo para celebrar el día de la enfermería con los compañeros que he
conocido esa tarde.
No sé
si os sucede, pero a mí cuando hago noche me entra sueño a las 21h. El resto de
días estoy a tope, pero es tener que trabajar y mis neuronas me piden cama. No
pasa nada, me desperté de golpe cuando mis compañeras me informaron, nada más
aterrizar, de que íbamos a ser dos enfermeros para los 50 enfermos. Faltaba una
enfermera y no venía nadie a cubrirla. En la línea de estos últimos tiempos —las
dos últimas noches me ha ocurrido lo mismo—. Cabreo monumental, yo es que soy «muy
sentía». Si os preguntáis si alguien vino a echarnos una mano o ni siquiera
eso, si alguien se acercó a preguntar cómo nos iba, ya os digo que no.
Más o menos me apaño —corro como un gamo— y
consigo apagar las luces del pasillo a las 24h. Gracias a Dios —y le doy las
gracias a Dios, porque esto cada día depende más del cielo—, que las auxiliares
de esa noche, eran de lo mejor, desde mi punto de vista, de mi planta. Nos
reímos contando anécdotas hospitalarias mientras cenamos —sobre la 1.30— y a
partir de las 3, cuando me decidí a «estirar las piernas», comenzó el desfile.
Oímos gritos en el hall. Fuimos… no había nadie, pero sospechamos que eran de
una paciente psiquiátrica que está obsesionada con las pulseras y los bolis.
Cuando regresé a «estirar las piernas» me emparanollé con que dicha paciente
iba a aparecer en la oscuridad y me iba a intentar lesionar con uno de los
millones de bolis que posee; ni mi libro de Bridget Jones logró extirpar esa
visión de mi amígdala —zona del cerebro que provoca el miedo, o eso dedujeron
en un estudio de la universidad de Iowa—.
Después sonaron como 3 o 4 timbres por asuntos
varios: dolor de pierna, de tripa, de que he tenido una pesadilla pero ya se me
ha pasado, de que me meo, de que me vuelve a doler…etc.
Pero a
las 4.45, suena el timbre de la noche, ese que te hace poner cara de emoticono,
el timbre que te impacta, el que cuentas al día siguiente en casa… el que
cuando vuelves a ver a ese paciente, te entran ganas de decirle que fuiste tú
la que cogiste ese timbre.
—¿Sí?
¿Qué le pasa?
—¿Puede
venir la enfermera?
—¿Por
qué, qué le sucede?
—Es
que estoy preocupada, mi madre tiene calor.
Yo
llevaba sudando toda la noche. Pero se ve que ese familiar se dio cuenta a las
4.45 de que estamos acercándonos el verano y las noches son muy calurosas. No
pasa nada. Si hay que ir, se va. Allí con cara de preocupación aparecimos la
auxiliar y yo para ponerle el termómetro. Nos encontramos a la propietaria de
la voz timbrosa que solicitaba el rescate, sentada lejos de su madre, con un
almohada de esas que se ponen alrededor del cuello en los viajes largos, rosa
chillón, con sus piernas estiraditas —así las quería tener yo— y con unos
casquitos puestos. Directamente le preguntamos a la paciente.
—¿Qué
le pasa Pepita? ¿Le duele algo?
La
mujer, con una caraja de recién despertá
contestó sobresaltada:
—No.
Entonces
la del cojín rosa interrumpió.
—Mamá,
tenías calor. —Nuestras miradas fueron hacia ella; eso sí, no puedo garantizar
qué tipo de miradas porque yo creo que se vio obligada a proseguir con tono
excusa—: Es que mi madre no suele tener calor.
—¿Pero
le duele algo Pepita? —instó la auxiliar.
Está
demostrado que si te preguntan varias veces si te duele algo, al final
encuentras un dolorcillo que te anda rondando. Eso le pasó a Pepita, que de
tanto insistirle nos contestó:
—Bueno,
tengo la nariz un poco taponada, como tengo el oxígeno puesto… y tengo calor.
—Normal,
Pepita, es que hace mucho calor esta noche. No te preocupes —respondí.
En ese
momento el termómetro pito: 36.4º.
—No
tienes fiebre —y dirigí mi discurso hacia la del cojín con pocas luces—. No te
preocupes. Es normal, yo también tengo calor.
—Gracias.
Apagamos
la luz y marchamos, con la sensación de haber salvado una vida…
—¿Y cuándo
tiene calor en su casa, llama al 112? —le cuestiono con sorna a mi compi.
—Sí, y
le llevan un ventilador —responde con más sorna aun.
Los
timbres continuaron sonando, como es habitual en este servicio, pero al menos
cuando me fui para mi casa me alegré enormemente de que los bolis siguieran en
el estuche de su dueña, de que yo tuviera toda la mañana para poder estirar las
piernas en mi camita como Dios manda y de que mi cojín para vuelos fuera azul
marino.
Es evidente Irene. Tienes mucho que decir, sábes cómo hacerlo y es evidente que ganas de expresarte tampoco te faltan. Por lo tanto se deduce...que tienes que hablar. Así, como sabes, como te sientes cómoda.
ResponderEliminarGracias por tus referencias a los enfermeros blogueros. Opino de ellos y ellas lo mismo que tu. Y reconozco que yo también estaba así, sintiéndome pequeñita y un poco temblona. Pero también me alegro de haberos conocido y de seguir en contacto.
Ahora ya sabes, lo que necesites, pide. Yo te sigo y te leo. Y trataré de colaborar contigo en lo que pueda.
Un abrazo Irene. Estabas guapísima y elegante. Los dos días que nos vimos. Las fotos no mienten.
Jajajja! Eres un ejemplo a seguir, te lo digo de corazón. Tus ganas, tu entusiasmo y tu motivación ya las querría para mí. Un beso fuerte.
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